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lunes, 24 de septiembre de 2012

Ésto no es un tren, ¡es una montaña rusa!

Esas fueron las palabras exactas que pronunció Paco cuando se puso en marcha el tren que nos llevaría desde Hsipaw hasta Pyin Oo Lwin.
Estación de Hsipaw
La primera hora y media de viaje fue bastante tranquila. El tren iba prácticamente vacío. La velocidad era lenta, pero aún así, los meneos a derecha e izquierda eran muy pronunciados. Tanto que las puertas de salida a las vías, al final del vagón, no hacían más que abrirse y cerrarse con violencia. Las ventanas iban todas abiertas, y el ambiente estaba impregnado de un fuerte olor a hierba recién cortada. El aroma provenía de las plantas que crecen junto a las vías y que invaden parte de estas. La cercanía es tal, que al pasar el tren e impactar con ellas, es frecuente que alguna hoja o ramita acabe cortándose y salte dentro del vagón.
Montada en el tren, cuando aún iba medio vacío.


Pasado el primer tramo, llegamos a Kyaukme. Nada más parar, comenzó a subir gente que se apelotonaba junto a las ventanillas para ir recogiendo paquetes que iban apilando en el pasillo del tren. La actividad era frenética, y en un plis plas el tren se llenó de vida y entretenimiento. Los vendedores ambulantes no hacían más que pasar, esquivando sacos, cestos y cajas a cada paso que daban. Y hasta un estudiante de 17 años se subió al tren para practicar inglés con nosotros (todos los días se sube, durante los 20 min que dura la parada, en busca de extranjeros con los que conversar, jeje).

Enfrente de nosotros se sentó una pareja joven, y al otro lado cuatro mujeres de mediana edad. A los seis debimos de resultarles de lo más interesante pues, a pesar de no hablar inglés, buscaban continuamente interaccionar con nosotros. Primero las señoras de al lado se pusieron a pelar pomelos y a pasarnos unos gajos para que los probaramos. Luego la pareja de enfrente compraron unas limonadas a un vendedor ambulante (por cierto, te las sirven en una bolsita de plastico, con una pajita) y pidieron una de más para que nosotros también tuviésemos. Nosotros sacamos las pipas que habíamos comprado la tarde antes y comenzamos a repartir puñados a todo el mundo. El chico de la pareja, entonces, sacó la cosa rara esa que mascan sin parar (el betel, sobre el que escribiré un post dentro de poco) y nos ofreció a ambos. Esta vez rechazamos la oferta; no sé si estamos preparados para probarlo después de haber hablado con varios birmanos sobre sus efectos... aunque ya veremos de aquí a que abandonemos el país ;-)

Pronto el traqueteo lateral del tren se convirtió en una sucesión continua de saltitos, de arriba a abajo. Y al minuto comenzó a pasar una chica con una botellita de plástico llena como de un polvo gris-verdoso. La gente ponía la mano, y la chica les echaba un chorretón de polvo a través de los agujeritos practicados en el tapón de la botella. A continuación se chupaban el dedo índice, lo mojaban en el polvo, y se lo depositaban en la lengua. No debía de saber muy bien, por las caras que ponían, pero todos se lo tomaban. Ante nuestras caras de asombro, se señalaban la barriga y hacían gestos de mareo, como queriendo indicar que con los "polvitos mágicos" no se marearían y se les estabilizaría el estómago. ¡Qué ignorante me siento! No ¡tengo ni idea de qué podía ser aquello!

Después llegó la hora de comer, y la gente local comenzó a sacar la comida que traía preparada de casa en unas tarteras cilíndricas de metal, que se llevan mucho por aquí. Nuestra parejita había preparado unos manjares deliciosos y que por supuesto nos dieron a probar. A todo esto, los vendedores ambulantes, que no dejaban de pasar, cambiaron los snacks por pinchos de carne, noodles, arroz servido en hoja de palma, etc. ¡Aquello parecía un picnic familiar en toda regla!

Y entonces llegó el viaducto. Ese que aparece en todas las guías de viaje y único(?) motivo por el cuál este tren lleva occidentales de vez en cuando. Esta enorme obra de ingeniería civil atraviesa una espectacular garganta, que a mi personalmente me puso los ovarios de corbata. ¡Ahora sí que me parecía estar en una montaña rusa! Y no precisamente por la velocidad (no creo que fuésemos a más de 5 km/h) o el movimiento del vagón. Me lo pareció por esa sensación de "inseguridad" que provoca ir sobre una estructura de raíles que parece construida con palillos de dientes :-s.
Viaducto de Gokteik
 Tras el viaducto, aún tuvimos viaje por algunas horas más, con alguna que otra anécdota. La más divertida para Paco, que no para mí, fue cuando aproveché una parada para ir al baño y la gente que subió, apiló todos los sacos que traían delante de la puerta. Fue todo un show cuando intenté salir y vi que la puerta no se abría :-(. Tardaron en oír mis golpes y en despejarme la salida lo que me pareció una eternidad, aunque no debieron de ser ni cinco minutos.

Llegamos a Pyin Oo Lwin y aún nos esperaban varias horas más hasta Mandalay, pero este último tramo decidimos hacerlo por carretera para ahorrarnos tres horitas de viaje. En la misma estación de tren encontramos pick up para compartir con varios locales y que también resultó ser toda una experiencia. Me sentía como los componentes del equipo A, en la parte trasera de una camioneta, llena de gente y equipajes. La pena es que se nos hubiese muerto la batería de la cámara varias horas atrás, porque la verdad es que la estampa merecía haber sido inmortalizada!

INFORMACIÓN PRÁCTICA PARA VIAJEROS.

- Transporte: sólo hay un tren al día desde Hsipaw hacia Mandalay y viceversa. En teoría sale a las 9:40, pero salió con media hora de retraso. Los horarios de las paradas en ambos sentidos y los precios de los distintos trayectos desde Hsipaw se pueden ver en esta foto. Por el pick up de Pyin Oo Lwin a Mandalay pagamos 1500 kyats/persona y tardamos unas dos horas en llegar. Te deja en la esquina de la calle 85 con la 31, a 5-10 min andando de la zona de guesthouses.
Horarios y precios (Septiembre 2012)

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